La operación

Me preparé mental y emocionalmente para la operación. Hacía varios años que hacía terapia con una psicóloga y ese espacio sirvió para hablar de mis miedos y fantasías crudamente. Fue una etapa en la que lloré mucho, tuve mucho miedo. De todas formas, buscaba llenarme de energía y fuerzas para estar lo más entera posible para entrar al quirófano.

En ese contexto decidí celebrar. Celebrar la vida en tiempo presente sin pensar en el después. Convoqué a mis amigos a una fiesta en mi casa. La llamé “fiesta prequirúrgica”. Bailamos, escuchamos música, nos reímos y celebramos que estábamos juntos y bien en el aquí y ahora. No era negación, era una pulsión que me acompaña siempre a disfrutar la vida en cada momento.

El 19 de julio de 2011 a las 6 de la mañana me encontraba en la clínica junto a mis padres y hermano, esperando la hora de entrar al quirófano. Como es característico de mi familia, lo tomamos con humor. Eso nos daba un respiro ante un momento difícil y alivianaba la espera.

Entré al quirófano temblando de miedo, literalmente. Se suponía que la intervención era sencilla pero el procedimiento planeado no pudo realizarse y resultó ser todo más complicado y largo. Una operación de tórax que desde el instante en que desperté de la anestesia me envolvió en un infierno de dolor. Con el poco aliento que tenía (la intervención se hace colapsando un pulmón que luego vuelve a su estado normal de a poco) pedía insistentemente calmantes, hasta que no pudieron darme más ya que me suministraban morfina y era riesgoso subir la dosis.

Esas primeras 24 horas postquirúrgicas fueron las más aterradoras y de mayor padecimiento físico que había vivido jamás. Lloraba de dolor y mi pobre familia y amigos hacían lo imposible para calmarme. A fuerza de tanto amor lo lograron y me dieron fuerza para comenzar a recuperarme.

Fueron 7 días de internación en la que, rodeada de mis afectos, fui reponiéndome a una velocidad que asombraba hasta a los médicos. Esta capricorniana terca y obstinada mostraba los beneficios de tales características. Mi recuperación requería cuidados y como yo vivía sola me instalé en lo de mis padres.

Ahora tenía que concentrarme en mejorar mientras esperábamos el resultado de la biopsia. Tardó un larguísimo tiempo en estar listo hasta que se confirmó la oscura sospecha. Tenía un mesotelioma epitelial en la pleura izquierda. Es decir, cáncer.

La parte a mi favor era que yo no tenía síntomas de la enfermedad y que era un tipo de tumor bastante raro, de crecimiento lento. La parte en contra era que al ser un caso raro y de relativa poca incidencia en la población había pocas herramientas para combatirlo. La ciencia no sabía tanto al respecto como con otros tipos de cáncer más comunes. Tampoco había forma de saber cuánto hacía que convivía con este cáncer ni qué proyección de vida me daba.

>> Capítulo 05: El tratamiento 

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