El tratamiento

Diagnóstico en mano, fui a ver a un oncólogo para encarar algún tratamiento que me salvara la vida. Me propuso comenzar con 3 ciclos de quimioterapia. Uno cada 3 semanas. No sólo tenía un cáncer poco común dada mi edad y otros factores, sino que el tumor se había extendido alrededor de la arteria pulmonar, aorta y venas, haciendo imposible operar dado el riesgo de vida que conllevaba el procedimiento. La intención con las quimios era reducir el tumor y poder entonces operar para quitarlo.

Me sentía en una montaña rusa a puro vértigo. Había entrado en un túnel oscuro en el que no veía la salida. Mi única opción era entregarme a la incertidumbre, al no poder planificar ni saber qué había al final del túnel. Ni siquiera qué había en el próximo paso.

Cada aplicación de quimioterapia duraba unas 6 horas. Las drogas son muy fuertes y arruinan las venas, por lo que me colocaron en el pecho un “portacath”. Es un aparato de titanio que por medio de una intervención quirúrgica se coloca debajo de la piel, sobre el músculo pectoral, y queda conectado a una vena cerca de las clavículas. ¡Me costó acostumbrarme a tener una especie de tapa de gaseosa subcutánea! Por allí me suministraban las drogas. Debía permanecer todas esas horas en la clínica, sentada en un sillón, conectada al suero.

Nuevamente mi red de contención familiar y de amigos salió a mi rescate. Como podía acompañarme una sola persona se turnaban para entrar un rato cada uno. Tratábamos de quitarle densidad al momento hablando de cosas alegres o ajenas a mi enfermedad.

La actitud con que uno enfrenta los escollos de la vida hacen toda la diferencia. No se puede cambiar la realidad, lo que toca enfrentar, pero se puede encarar con una actitud negativa y pesimista o poner lo mejor de uno para sobrellevarlo de la manera más constructiva posible. Tratar de aprender algo positivo, de conectarse con lo más profundo y espiritual de uno. Llegar a esos lugares propios desconocidos que te hacen más fuerte y comprender, en toda su profundidad, que todos estamos de paso por esta vida. Nadie está exento de sufrimiento pero aún en la adversidad se pueden tener momentos de enorme felicidad.

Al mismo tiempo que el tratamiento de quimioterapia hacía estragos en mi salud (paradójico pero cierto), como consecuencia de los terribles efectos colaterales, y mi padecimiento físico aumentaba semana a semana y mes a mes, yo me iba fortaleciendo espiritualmente. Era increíble como a pesar de la pérdida de peso y de estar demacrada todos me veían brillante, llena de luz. Me conmuevo al recordar las palabras de alguien que no sabía que yo estaba enferma y me dijo un día que me veía con un aura de luz, que me veía muy feliz como no me había visto antes. Lo que él vio fue mi despertar espiritual, mi liberación interior, mis ganas de estar bien y mi aceptación de la realidad que me tocaba.

Nunca pensé, “¿por qué a mi?”. Al contario, pensaba, “¿por qué no a mi? ¿qué puedo aprender de todo esto?”. Desde el comienzo lo tomé con humildad y jamás pensé al cáncer como un enemigo. Sentía que el odio no tenía lugar en esta lucha. Mi sanación tenía que ser por vía del amor y los pensamientos positivos. Nunca me entregué, nunca bajé los brazos. Claro que la pasé mal, claro que sufrí, pero el amor y la energía poderosa de mi círculo de afectos tenía la fuerza de un huracán. La verdadera liberación se dio cuando entendí que tenía que soltar. Soltar aquello sobre lo que no tenía control, soltar lo inevitable, entregarme a la experiencia sin resistirme a la corriente. ¡Qué gran alivio sentí! Yo no me quería morir. Quería vivir. Pero al comprender, en toda su profundidad, que todos moriremos, que nadie tiene el tiempo asegurado y que no hay control sobre eso perdí el miedo en gran medida. Me propuse no pensar en cuánto tiempo de vida me quedaba (¡qué pérdida de tiempo sería!) sino vivir plenamente y enfocada en lo verdaderamente importante para mi, cada día de mi vida.

Cuando la gente me decía que, a pesar de lo que estaba pasando, me veían radiante yo respondía irónicamente, “es que el cáncer me sienta muy bien”. Detrás del chiste había una gran verdad. Por medio del cáncer la vida me había dado una segunda oportunidad... para aprender, para despertar, para reorganizar mi escala de valores, para profundizar mis lazos de amor con mi familia y amigos. Todos nosotros tuvimos una segunda oportunidad a través de mi enfermedad. No siempre la vida ofrece este regalo. Fuimos afortunados.

>> Capítulo 06: Malas noticias | momento de hacerme cargo 

2 comentarios:

  1. Carla
    qué parecido tu relato a mi tratamiento. Ya terminé 6 sesiones de quimioterapia, "suero largo" tal cual el tuyo, y me parece que en el mismo lugar. En pocos días sabré si el resultado es el esperado. Mi cáncer es diferente, pero el recorrido no es muy distinto. Y tu Félix es mi ÁNgel, y tu Doctor es mi Doctora. Uno encuentra gente increíble que de otra manera no hubiera conocido. Es una oportunidad en muchos sentidos, un abrazo

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    1. Ma Ines, gracias por escribir. Me alegra saber que otras personas también ven la oportunidad en la adversidad porque sé que eso hace toda la diferencia... Te mando mucha luz. Carla

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