Con energía renovada, sigue la lucha

Fines de enero de 2012. El turno de una nueva ronda de tomografía y control médico luego de las últimas 3 sesiones de quimioterapia. Las palabras que escuché por parte del oncólogo fueron las mismas que con la tomografía anterior, “el tumor está igual. No se achicó pero tampoco creció. Eso es bueno”. “No se achicó” era la frase que rebotaba en mi cabeza. Ya me estaba habituando a la idea de tener que convivir con el tumor dentro mío por el resto de mis días, rogando que mi salud aguantara a que en algún momento futuro apareciera una nueva esperanza médica, un nuevo tratamiento para mi cáncer. Pero enseguida, el médico dijo la frase que tanto deseaba yo escuchar, “vamos a intentar operarte”.

Más y más estudios de imágenes, de sangre, pulmonares de todo tipo y a ver al cirujano. Confirmado, me iban a operar. Mi condición física y mi edad estaban a mi favor. Podía enfrentar esta cirugía compleja, que consistía en remover la pleura izquierda (membrana que recubre al pulmón). Se trataría de preservar el pulmón, pero había riesgo de que tuvieran que quitarlo. También una costilla parar acceder mejor a la cavidad torácica en la intervención y tal vez quitaran parte del diafragma, que se reemplazaría por una prótesis.

El cirujano cerró la consulta diciéndome, “Carla, la decisión de operarte o no es tuya”. Mi primera reacción fue de alegría, por la esperanza que me daba que me quiten el tumor. Luego sobrevinieron el miedo y las dudas. En la relación costo/beneficio, ¿se justificaba correr el riesgo de perder un pulmón, diafragma y costilla?

>> Capítulo 09: La gran apuesta 

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