En ese
período recorrí un camino de muchas dudas y temores. Tenía que prepararme para
la opción más radical de la intervención y armarme de valor ya que recién al
despertarme de la anestesia me iba a enterar qué tanto me habían sacado y si
tenía mis dos pulmones o sólo uno. También sabía que la operación no iba a
quitarme toda la enfermedad. Dada su ubicación comprometida entre arteria
pulmonar y aorta y el riesgo de vida que implicaba tocar esa zona no iban a
poder remover toda la masa tumoral.
Volví a
preguntarme muchas veces si realmente estaba decidida a hacer esa apuesta. Lo
medité largamente, hablé con mi familia, con mis amigos, con mis médicos
oncólogos y clínico y hasta visité a una chamana. Le di mil vueltas al asunto
hasta sacarme todas las dudas posibles. Sabía cuál era mi realidad, mis chances
y las cartas que tenía en juego.
El día
que visité a la chamana trabajamos mucho sobre todo esto. El chamanismo conecta
con lo ancestral y más primario, con todo aquello que la sociedad actual
olvidó. Y en ese universo se dice que cada uno tiene su animal de poder. Un
animal con características similares a uno que actúa como protector y
potenciador de dones y capacidades de cada uno. Mi animal de poder, el dragón
blanco, se presentó aquella tarde de chamanismo y me dejó saber que, si decidía
operarme, él estaría en el quirófano conmigo, sosteniéndome y acompañándome.
Ese día lloré mucho, lágrimas que limpiaron mi alma, calmando mis miedos y
angustias. Fue uno de los días de mi vida en que sentí mayor paz interior.
Sentía el sol del atardecer en mi cara y me sentí conectada al universo, en
armonía profunda. Me sentí plena y feliz. Podía percibir el amor que me rodeaba
y lloré de alegría y felicidad. La decisión estaba tomada. Aceptaba operarme.
Todo estaba bien, todo iba a estar bien.
>> Capítulo 10: Magia pura
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